MEXICO, 21 sep (Xinhua) -- Una fila de muchachos serpentea por el parque Espa?a, en el céntrico barrio Condesa de Ciudad de México. Han estado formados con su chaleco y casco más de 50 minutos, listos para ser llevados a limpiar los escombros que quedaron de los edificios averiados. Nadie los convocó, llegaron por las ganas de levantar a la urbe del sismo que la golpeó.
"Que la gente se junte y que veas a otro mexicano dando el alma por su país es lo que a tí también te hace querer estar aquí", dice Cristopher Aguilar, un estudiante de animación digital de 20 a?os, mientras aguarda su turno.
El lleva dos días cargando rocas y repartiendo alimentos en albergues ubicados en otros puntos afectados de la ciudad. El temblor de 7,1 grados que sacudió la capital del país y otros cinco estados el 19 de septiembre rompió edificios pero soldó corazones.
Miles de mujeres y hombres, en su gran mayoría jóvenes, se volcaron desde el primer instante a las zonas con da?os para sumar su esfuerzo de la forma que sea.
Hasta la noche de hoy, el gobierno reportaba 278 personas fallecidas en los seis sitios del centro y sur del país donde el temblor causó da?os, 142 de ellas en la Ciudad de México, corazón de la metrópoli más poblada de Latinoamérica.
Las calles de la Condesa y su vecino barrio Roma están acostumbradas a que por la zona se la pasen los jóvenes, porque abundan los restaurantes y bares de moda. Hoy son imán porque nueve edificios colapsaron allí, entre ellos una torre de oficinas y un centro de atención telefónica.
Otros más no se cayeron pero se fracturaron.
En los arbolados parques, plazas y separadores viales de los dos barrios se acumulan centros de acopio organizados por los vecinos, donde decenas de manos ordenan y depositan en cajas miles víveres, botellas de agua, medicinas y artículos para rescate donados por ciudadanos para los damnificados y los brigadistas.
"Llenamos ahorita como seis cajas repletas de tortas", calcula María detrás de una mesa en un centro de acopio de avenida Amsterdam. Estudiante de Historia del Arte, la joven de 20 a?os también ha pasado su tiempo desde el martes distribuyendo las donaciones.
Cada voluntario se desempe?a con disciplina de soldado y sentido de protección de una leona madre, por menos atractiva que parezca su tarea.
"?No hay paso!", alecciona una adolescente responsable de una cinta colgada de esquina a esquina que restringe el tránsito hacia ese mismo centro. Ni?os recorren en pareja los cinturones de seguridad alrededor de los edificios derrumbados ofreciendo chocolates a soldados y policías, mientras que encima de varias de esas estructuras quebradas rescatistas continuaban hoy hurgando entre rocas con la precisión de cirujano en busca de personas atrapadas.
Varios due?os de restaurantes convirtieron sus locales en comedores gratuitos para que los voluntarios recarguen fuerzas. Como ejemplo, la taquería "La Glorieta" preparó 20 guisados distintos en ollas gigantes para que los jóvenes eligieran alguno y lo consumieran en sus mesas.
"La verdad es horrible ver todo lo que pasó y nos dan muchas ganas de ayudar", expone Antonio Aguirre, socio del lugar, quien calcula que han cocinado desde la víspera 100 kilos de carne y otros 100 de verduras.
Una cafetería cercana ofrece en una mesa en su entrada emparedados, frutas, panecillos dulces y agua de naranja gratis. "No podría dar una cifra de cuántas piezas se han llevado, como se van acabando vamos poniendo más", comenta Oscar, empleado del negocio "Maque".
A la vuelta de ese negocio, unos 50 voluntarios recogen con palas las piedras amontonadas en la calle que se sacaron de edificios cercanos. Pedro, uno de ellos, dice que apenas pasó el temblor se integró a una cadena de acarreo de rocas formada espontáneamente afuera de un condominio en el cercano barrio Del Valle.
"Sentía tristeza y al mismo tiempo ánimo de ver toda la ayuda. Se llenaron tres camiones de escombros que con la gente sacamos con las puras manos, sin casco ni protección", recuerda el empleado gubernamental de 31 a?os.
La alcaldía informó que el temblor derrumbó unos 38 edificios y dejó otros 87 en riesgo de colapso en barrios de los cuatro puntos cardinales de la ciudad, aunque la mayoría en la zona centro. En todos los sitios se repiten las mismas escenas de ayuda voluntaria.
María Torres, una ama de casa, se paró por horas sobre una avenida en el sur de la ciudad para repartir emparedados, manzanas, plátanos y guayabas a voluntarios que iban o regresaban de una escuela de educación básica que se derrumbó, cobrando la vida de 19 ni?os y seis adultos.
Los vecinos de esa escuela instalaron también un centro de acopio a donde Pedro Medrano, su hijo y su sobrino llevaron bolsas de pa?ales y palas, prometiendo que regresarían más tarde porque hacían falta guantes de carnaza para los brigadistas.
Desde 1985, cuando un terremoto que también pasó un 19 de septiembre cobró la vida de más de 10.000 personas, la Ciudad de México no daba muestras de una unión tal entre sus habitantes. Algunos centros de acopio ya no aceptaban hoy víveres ante la cantidad acumulada y solicitaban otros implementos como impermeables, cinta adhesiva, multicontactos y lijas para los rescates.
"No tengo idea cuánto han traído. Es muchísimo", admite una joven delgada que organiza en el suelo palas, sogas, bidones, cajas de pilas, lámparas y escobas en el centro de acopio de parque Espa?a.
A unos metros de distancia, algunos de los muchachos que forman la línea para ayudar con sus manos son subidos en camionetas de ciudadanos rumbo a los puntos de la urbe donde se necesitan limpiar escombros.
"En el 85 fueron nuestros padres, ahora nos toca a nosotros sacar adelante a la ciudad", dice Cristopher, estudiante de animación digital.
"La herida lo que dejó va a ser una ense?anza y una muestra de que los mexicanos estamos unidos. Pronto vamos a salir por el apoyo de toda la gente", confió.